Akãchara

Este video-performance nace desde una memoria corporal, en él me reconcilio con una imagen que durante mucho tiempo rechacé: el grandioso volumen natural que mi cabello tomaba cuando mi mamá me peinaba de niña. Un peinado señalado por el racismo que llegada la adolescencia cobró importancia. Es que incumplía todos los mandatos estéticos impuestos: no era liso, no era “definido”, no era ni siquiera el rizo idealizado. Era simplemente lo que era: afro, crespo, libre y natural.

Durante algunos años muy sensibles rechacé ese gesto amoroso. Hoy, desde el arte, lo reivindico.

Peinarse, para muchas mujeres negras, no es solo estética: es historia, es herencia, es lenguaje. Este video es una recuperación de ese gesto ancestral, una restitución simbólica del derecho a habitar nuestro cuerpo y nuestra imagen sin pedir permiso. Al aceptar y reproducir ese peinado, lo celebro como una posibilidad estética natural, válida, poderosa.

El mar, presente en la obra, actúa como espejo y como umbral. Evoca las aguas que fueron testigo del desplazamiento forzado, de la trata transatlántica, de la esclavización de mis ancestras y otras millones de personas africanas. Pero también convoca el agua como símbolo de retorno, de sanación, de resistencia inquebrantable. El mar es historia colectiva y es memoria viva.

Este acto poético y performático es mi manera de dialogar con mi linaje, de enraizarme en lo que fue negado, de abrazar lo que fui y lo que soy. Es un homenaje a las mujeres negras que, con cada trenza, con cada peine, con cada gesto, han tejido supervivencia, belleza y dignidad en medio de la opresión.

Reivindico el cabello afro no solo como forma, sino como archivo. Como gesto político. Como posibilidad estética que no necesita traducirse, corregirse ni adaptarse. Esta obra es, sobre todo, un acto de libertad.

Gracias a Ña Mechi, mi mamá por sus peinados y enseñanzas. Gracias a  Santi Carneri por acompañarme tan lindo, y además por grabar y montar el video.